Una llama puede ser peligrosa pero convertida en incendio desprende cierta belleza. ¿O era al revés? Lo único que tenía claro es que algún día terminaría quemando aquel instituto de mierda. ¡Menudos hipócritas! Días de la paz, decorando los pasillos de colores en las semanas del orgullo, creando bancos de alimentos y un largo etcétera de acciones absurdas, no por lo que representan, sino por la forma en la que luego desviaban la mirada. Menos mal que solo me quedaban un par de semanas en este tugurio inmundo.
Hoy, sin ir más lejos, un imbécil se ha encarado con uno de mis compañeros por ser abiertamente gay.
- ¡Tú, marica! ¿Te gustaría comerte una buena polla? - aun recuerdo sus palabras exactas.- Pues trágate esto - tomó una calada larga a su cigarrillo y expulsó el humo en su cara.- Marica asado.
Y él y sus amigotes le escupieron y se fueron riendo. Y nadie hizo nada, ni siquiera una profesora que pasaba por allí. Yo intenté acercarme, pero el chico, aguantando las lágrimas, salió disparado hacia el baño. ¡Qué puta rabia! Podía haberle ayudado y me quedé tan parado como todos.
Las lágrimas me ardían en los ojos, queriendo liberar aquella ira que ardía por dentro. ¿Pero por qué me había afectado tanto? Porque mis sospechas eran ciertas y yo no era tan valiente como aquel chico, porque yo ocultaba lo que la sociedad no quería dejar salir. Aquel verano pasado, sintiéndome atraído por chicos y chicas en bañador, más o menos por igual, y yo solo queriéndolo olvidar. Y me jodía porque al meterse con aquel chico se metían conmigo, con miles de personas más. Y porque joder, aquel chico me gustaba, para que engañarme más.
Mis piernas empezaron a acelerar. No podía contener más toda esta ira. Notaba mis pulsaciones, agitadas, vibrar por todo mi cuerpo. Y ya casi corría, por una calle vacía y sin ningún punto final. Simplemente corría, como si mis piernas gritaran lo que mi garganta no podía. Mi pecho ardía y la adrenalina alimentaba mi interior. Ni siquiera me di cuenta de cómo mis pisadas quemaban el asfalto, de como se formaba mi propio incendio.
De refilón me fijé en mi reflejo en algún escaparate fugaz. Si lo había visto bien mi flequillo ardía, pero ni siquiera lo notaba, no podía pararme a darle importancia. Seguí corriendo, como si galopara entre las llamas.
Y al final paré. De golpe estaba frente a la puerta de una casa. Y sabía de quien era. En el jardín jugaban al baloncesto los matones de turno, aquellos imbéciles que habían acosado al pobre chaval.
Me vieron, allí plantado y furioso. Y sin pensarlo noté mi ira deshacerse en fuego. Como nacidas de mi flequillo ardiente fluyeron las llamas. Y se arremolinaron formando lo que parecía un ave de fuego. Lo dirigí hacia ellos, quemándoles ropa y pelo. Y, arrepentido lo apagué con un gesto. Aunque les odiaba, matarlos no solucionaba nada.
- La próxima vez os muestro lo que es estar realmente asado.
El pájaro ardiente volvió a mi y las llamas desaparecieron. Me giré y bajé la calle por donde había venido.
- Me gusta tu nuevo estilo. Ese flequillo rojo te queda que ni pintado.
Era él, aquél chico con el que se habían metido. Pero flotaba y su mirada brillaba de un violeta intenso. Es más, cuando se fue llorando creo recordar que también vi esa mirada.
- Parece ser que tú también te has activado.
No entendía nada pero su sonrisa me calmaba y, de momento, con eso me bastaba.
3. Roasted - Inktober 2018
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