Caíste del cielo. Al menos eso decía todo el que llegaba a conocerte. Siempre encantador, lleno de dulces sonrisas. Lleno de sueños, de pasos que gastar en caminos olvidados. Joyu, desde el principio fuiste el fulgor de la vida. Espada de luz en mano, guerrero indomable.
Aun recuerdo cuando entramos en la guardia, llenos de ilusión. Llamaste la atención de cada uno de los instructores. No solo eras poderoso, también luchabas de forma elegante. Yo, en cambio, todo desasostroso, terminaba quemando algo por accidente: las espadas de entrenamiento, alguna que otra silla e, incluso, la mesa de la maestra Myr cuando nos subimos a bailar en aquella fiesta. ¿Te acuerdas? Asumiste la culpa conmigo y los dos acabamos limpiando retretes, pero ¿y lo bien que lo pasamos? Para qué engañarnos, siempre que estamos juntos hay risas de por medio. Pero fue el otro día cuando por fin entendí por qué saltan chispas de mi cuerpo, por qué todo acaba ardiendo de forma incontrolable.
Salimos a una de nuestras expediciones fuera de la muralla. Amber, Ron, tú y yo. El equipo de siempre. Parecía una misión sencilla, solo debíamos cerrar un pequeño portal susurrante, nada que no hiciéramos casi a diario. Sin embargo, todo se torció. Los otros no paraban de reírse porque mi ropa siempre tenía alguna parte quemada, preguntaban que cómo se vive con alguien que puede prender fuego a la cama mientras duerme. Y yo, cansado, me adelanté para sanar mi ira con algún devorador que hubiese decidido aventurarse a pasar el portal. Sabía que tampoco lo decían con malicia, simplemente tenía un mal día. Y también sabía cómo mirabas a Ron, todo un espectáculo controlando plantas y flores. Entendí que no supieses si seguirme o quedarte y por eso te dije que prefería estar solo. Y, a decir verdad, era cierto. Supongo que alguna hoja del camino ardió bajo mis pies, ya sabes cómo me cuesta controlar el fuego. Pero la tierra aún estaba húmeda de las tormentas de aquella semana, sabía que no provocaría nada serio.
Fue entonces, tras los pensamientos que nublaban mi ojos, cuando vi aquél devorador gigante. ¿Cómo un ser tan monstruoso pudo cruzar? Nos dijeron que el portal no era muy grande. Sus ocho ojos acechando, su pelo erizado y sus gruesas patas delanteras erguidas. Su grito me heló la sangre. Casi me quedo paralizado pero pude escapar a tiempo del golpe de sus garras. Encendí mi cuerpo en llamas y cree una gran esfera con ellas para lanzársela, pero la desvió de un golpe haciendo que un árbol cercano comenzarse a arder. Salté y disparé a su cara esta vez, tenía demasiadas patas y se deshizo de ella de la misma forma. Yo caí al suelo y me atrapó de forma que no pudiese levantarme. El miedo me devoraba por dentro y sentí mucho calor que liberar. Ardió todo a mi alrededor en un gran estallido y el devorador bramó apartando la pata de mí. Sin embargo, la explosión me había dejado sin energía, quedando yo solo entre llamas que se extendían. Ni la tierra húmeda podría pararlas.
"¡Idiota! Entre tus pisadas y tus explosiones vas a quemar el bosque entero" oí gritar a Amber mientras cristalizaba una de las patas del monstruo y Ron enredaba otra con una de sus hiedras. El devorador se liberó de los ataques y los tumbó de un golpe. Entonces tú, envuelto en luz, conseguiste cegarle y usaste uno de tus rayos de luz sólida concentrado con los cristales de Amber para golpearlo. Nos levantamos y volvimos a la carga. Fuego, cristales punzantes y madera en forma de puños para golpearle. Parece ser que le enfadamos pues su alarido trajo una descarga eléctrica que nos abrasó por dentro. Caímos al suelo y el devorador os atrapó a Amber y a ti con dos de sus garras. Ella colgaba inerte y tú no conseguías liberarte.
"¡Buscaré ayuda!" Ron siempre ha sido un cobarde, mucho tardó en salir corriendo. Y el devorador cada vez te apretaba más y te acercaba a su boca. No podía permitir que murieses. Ahí lo entendí. Vivir sin nuestras risas y nuestros bailes me desgarraba por dentro. Noté las lágrimas inundar mis ojos y concentré toda mi ira. Absorbí cada llama que nos rodeaba y dejé a mi poder bailar de verdad. Todo fuego, salí despedido hacia aquel maldito bicho y liberé todo al contacto de su cara. Recuerdo una gran explosión y colocarme de forma que te afectase lo menos posible. Y caer entre fuego y sangre. Y el negro me fundió por completo.
Desperté bajo el dorado de tus ojos. Y sonreíste y yo lloraba.
"Nos salvaste. Destruiste a esa bestia y pude cerrar el portal." Pero lo mejor fue el calor de tu abrazo. Si hubiese durado un poco más habría quemado las sábanas.
"Ahora descansa." Y besaste mi frente y sentí, con ese beso, que por fin tenía el control sobre mi fuego. Conseguiste mi calma.
Estuviste conmigo, en mi habitación de la torre. Los dos suspendidos sobre el abismo que daba al mar. Tú sonreías y yo reía. Tu mirada con la mía, tan cerca. Y después de que me recuperase siempre venías.
Así que, querido Joyu, mi estrella fugaz, cuando dices que consigo que tu luz sea más cálida yo, tu pequeño fuego, te digo que me mantienes en calma. Que debemos seguir vigilando el mar desde aquí, con nuestra luz cálida y calmada como faro. Tu cuerpo con el mio, siempre riendo y bailando. ¿Aceptas?
El protagonista de la historia me ha recordado un poco a Salamandra, de Cronicas de la Torre... Fuego y Amor, no hay mejor combinacion
ResponderEliminarPues ahora que lo mencionas tiene cierto parecido sí jajaja
EliminarEs que el amor siempre será un fuego que te calienta por dentro.