Los últimos
posos de claridad despuntaban el firmamento. Rayos anaranjados atravesaban los
ventanales, adornando así el cabello de mis compañeros con reflejos dorados.
Quedaban pocos minutos para que pudiésemos irnos a casa. Las clases sobre los
Devoradores eran interesantes, mas hoy había sido un día cansado. La Academia
Folklore se enorgullecía por preparar muy bien a sus alumnos: entrenamiento
físico todas las mañanas y conocimientos teóricos por las tardes. Nos enseñaban
a manejar diferentes armas para eliminar a los Devoradores que osasen cruzar
las grietas. Sin embargo, yo tenía otros métodos de lucha, te tenía a ti. Desde
que nací te tuve cerca, te podía sentir. Me ayudabas cuando hacía falta,
siempre estabas ahí. No existíamos en el mismo mundo pero, de alguna forma, nos
unía un vínculo. Nacimos entre las grietas y éstas formaron parte de nosotros.
Estábamos conectados mentalmente y, aunque no podíamos vernos ni tocarnos
directamente, sabíamos que nos teníamos el uno al otro.
Comenzamos como
dos amigos prácticamente normales, charlábamos de nuestras cosas y nos
ayudábamos. Crecimos totalmente juntos. Sin embargo, aprendimos a usar esto a
nuestro favor. Descubrimos que la unión no solo servía para comunicarnos,
podíamos sentir lo que el otro sentía e incluso podíamos compartir habilidades
controlando brevemente el cuerpo del otro. Yo de un mundo centrado en el
desarrollo tecnológico y tú parte de un mundo mágico. Ambos existían en
equilibrio unidos por las grietas.
Aunque era mi
campo, tú aprendiste a manejarte con las armas mucho mejor. Yo, en cambio, tuve
mayor facilidad a la hora de usar la magia que te enseñaban. Nos
compenetrábamos.
«Leo.»
El sonido de tu
voz acompañó la campana de fin de clases, me despertó de mi ensimismamiento.
Algo se removió en mi interior. No era el sonido de la campana, era el sonido
de alarma. Me levanté de mi pupitre como había hecho ya la mayoría de la clase.
Los Devoradores debían de haber cruzado una grieta cercana, últimamente lo
hacían con demasiada frecuencia. Como
siempre, tú los habías detectado rápido.
«Se acercan
rastreadores a tu posición.»
Tu voz sonaba
serena, me recordó cómo conseguía calmarme cuando éramos más jóvenes. Ahora no
me ponía nervioso ante éstas situaciones. Recogí mis dos pistolas y palpé mi
cinturón para cerciorarme de que estaba la empuñadura de mi sable. Salí
corriendo del aula. Normalmente había que pasar primero por la sala de control
para saber dónde estaban atacando, pero yo no lo necesitaba. Esquivé a mis
compañeros y bajé corriendo las escaleras. Empezaba a notar la adrenalina
recorrer mi cuerpo.
«¿Hacia dónde
Noel?»
Te pregunté
mientras corría.
«Dirígete hacia
el sur, hacia los jardines.»
Sin dudarlo un
momento crucé los portones y me dirigí hacia donde decías. Seguía oyéndose la
alarma y pude observar que ya había llegado alguno de los alumnos aventajados,
armas en mano. Entre los árboles podía apreciar la agitación de la batalla, esto
había empezado. Agarré una de las pistolas y recogí mi empuñadura para activar
el sable. Se formó una afilada hoja metalizada al pulsarla.
«Toma el
control.»
Noté tu calor
en mi interior y aumentó más mi euforia.
Mi cuerpo entrenado seguía tu danza. Me hiciste correr hacia un árbol,
agarrándote a sus ramas para subir más alto, y saltaste desde arriba. Giraste
en el aire y con mi mano apuntaste al rastreador más cercano. Disparaste.
Caímos cerca del enemigo, la bala había acertado en una de sus patas. Agitaba
la cola y mostraba sus dientes. De un salto se abalanzó sobre mí, era muy
rápido, pero tus reflejos lo eran aún más. Conseguiste parar el ataque con el
filo del sable y usaste mi fuerza para apartarle. Gruñó enfadado. No podíamos
darle tiempo a que volviese a atacar.
«Te toca.
Utiliza la magia como solo tú sabes.»
Me devolviste
el control de mi cuerpo y me cediste tu energía. Noté la grieta encenderse en
mi interior, la magia fluyó a través de nosotros.
«Fuego.»
Convertí tu
energía en calor hasta que prendieron llamas en mis manos, les di forma de
esfera y mediante un ágil movimiento se las lancé al rastreador. Chocaron
contra su pelaje azulado, consiguiendo que el enemigo se desplomase en el
suelo. Antes de que se levantase corrí hacia él e hice un gesto hacia un
arbusto cercano.
«Crece.»
Conseguí que
sus ramas comenzasen a moverse y a deformarse para atrapar al rastreador.
Llegué hasta él y volví a abrir el sable para clavárselo sobre los ojos,
manchando la hierba con su sangre.
«Uno menos.»
Giré sobre mi
mismo y observé a varios estudiantes y profesores enfrascados en sus propias
batallas. Todo a mi alrededor era frenético.
Sin casi darme
cuenta me rodearon otros dos rastreadores.
«No bajes la
guardia. Déjame el movimiento y los disparos, tú lanza hechizos para apoyarme.»
«De acuerdo.»
Volví a cederte
el control. Atacaste al rastreador de mi derecha. Estocada al lomo. Levantó sus
garras y las esquivaste. Noté cómo se acercaba el otro.
«Pulsión.»
Lo aparte con
una onda antes de que se acercara. Entre tanto, tú seguías atacando. Golpe,
revés y giro. Corte tras corte, esquivando cola y garras. Más de una vez nos
golpearon, mi cuerpo recibió más de una herida. Sangre y adrenalina. Sabias
moverte, bailar en la batalla, y en poco tiempo conseguiste que el rastreador
se debilitase.
«Descarga
eléctrica.»
Unos rayos
fluyeron por el cuerpo del monstruo haciendo que se retorciera. Finalmente cayó
inerte sobre el suelo.
De repente noté
un fuerte golpe a mi espalda. El otro rastreador. ¿Cómo podíamos haberlo
olvidado? Pero tus reflejos seguían igual que siempre. Tras el golpe giraste mi
cuerpo y disparaste.
«Explosión.»
Hice que la
bala estallara al tocar al enemigo, lo que le hirió gravemente. Aun así, éste
siguió en pie y comenzó a babear de rabia. No sé cómo pudo hacerlo pero el
rastreador saltó en el aire. Tú conseguiste esquivarlo tranquilamente, salvo
por parte de la saliva, que me quemó un poco el brazo. Ácido. Ésto era nuevo,
ningún otro rastreador tenía saliva ácida. ¿Qué estaba pasando? Mientras me
debatía tú seguiste esquivando ataques y lanzando estocadas. Abajo, salto y
giro, espadazo, espadazo y barrido. Al final conseguiste acertarle en el cuello
de un corte limpio. Cabeza y cuerpo se desplomaron inertes en la hierba,
habíamos vencido.
«Algo no va
bien. Cada vez aparecen con mayor frecuencia y van siendo más poderosos. ¿A qué
será esto debido?»
Al parecer, por
lo que podía observar en los rostros de los demás, terminando con los enemigos
y resoplando, no éramos los únicos a los que les inquietaba la situación.
- Estamos en
guerra.- Anunció la potente voz del director, que se acercaba mostrando un mapa
en su dispositivo holográfico.- Han aparecido Devoradores por todo el mundo,
las grietas se están saturando.
- Eso no puede
acabar bien.- Gritó uno de los presentes.- En comparación con toda la
población, somos pocos los que sabemos defendernos.
- ¿Realmente
creéis que podremos con todos?
- Tenemos que
defender a nuestros seres queridos.
- No podemos
permitirlo.
Todos
comenzaron a dar su opinión al respecto, cada uno más asustado al anterior.
Comenzaban a perder la calma.
- Que no cunda
el pánico.- Si algo se le daba bien al director era proyectar su voz, hacerse
oír.- Somos la defensa principal de éste mundo. No es solo que debamos
defenderlo, es que podemos.
Las palabras
parecieron animar el ambiente en cierta medida. Ciertamente estábamos entrenados
contra todo tipo de situaciones.
Me di cuenta de
que hacía un rato que no decías nada, estabas pensando.
«¿Qué corroe
por tu mente?»
«¿Tanto se me
nota?»
Casi pude
apreciar tu sonrisa burlona. Conocía demasiado bien ese tono de voz que ponías
cuando te pillaba.
«Sabes que no
podréis con tantos, que no solo os enfrentais a los que ya están dentro,
seguirán entrando más si no hacemos algo.»
«No quería
decirlo en voz alta, pero también lo he pensado. Nos enfrentamos a algo grande.
¿Qué sugieres?»
Sabía que tu
mente avispada ya había pensado en algo. No eres de los que solo piensa en los
problemas sin buscarles soluciones.
«Hay una
opción, pero es arriesgada.»
«Lo que sea si
así conseguimos solucionarlo, no soportaría ver mi mundo destruido.»
«Déjame que te
guíe entonces. Observa a través de mis ojos, ésta aventura transcurre en un
mundo de fantasía.»
No pude evitar
sonreír, siempre conseguías darle un toque épico a la vida.
«¿Ni si quiera
vas a comentarme el plan? ¿Ni una pistita?»
«Cuantos menos
detalles sepas mejor. No querrás que te desvele el final de la historia, ¿no?
Por cierto, con el último hechizo has puesto mis reservas al mínimo, necesitaré
un rato antes de que podamos volver a lanzar alguno.»
Asentí
alegremente sabiendo que sentirías el movimiento y accedí a tu mente, me puse a
observar desde tus ojos. Todo se llenó de color a nuestro alrededor. Vuestros
jardines siempre estaban llenos de una flora fascinante. Vegetación de hojas
azuladas, flores de pétalos luminosos e incluso zarzas plateadas. Siempre me
había parecido precioso. Y me acordé de lo que comentabas cuando éramos
pequeños, que la magia era como los colores del mundo y que, cuanto más oscuros
tuvieses los ojos, más poder podías absorber. Nunca supe si creérmelo del todo,
pero me gustaba cómo me lo explicabas.
Comenzaste a
caminar abandonando los jardines de tu escuela, un castillito con ladrillos de
distintas tonalidades y grandes ventanales. Aceleraste para adentrarte en la
espesura del bosque. El ambiente parecía sentirse inquieto, éste era el mundo
de los Devoradores, que aunque aquí eran menos hostiles, nunca sabías cómo te
podían contestar si te los cruzabas. Pasaban a nuestro mundo en busca de otros
seres vivos de los que alimentarse ya que les aportaban mayor cantidad de
energía, de ahí su nombre. Arrasaban con todo lo que podían.
Avanzábamos a
paso apresurado, internándonos cada vez más. Como en la batalla, esquivabas
ramas y piedras, saltabas las rocas. Siempre he admirado tu agilidad.
De repente, se
oyó un gruñido y un estruendo de hojarasca y ramas que se partían. Era un
Devorador enorme, un monstruoso tanque, como les llamábamos en la academia. De
pelaje plateado, parecía casi metálico. Grandes garras y una espalda acorazada.
Se alzaba a dos patas, lo que hacía su aspecto mucho más temible e impactante.
Desenvainaste
tu espada de metal templado y saltaste antes de que reaccionara. Comenzaba la
batalla.
Corriste hacia
el inmenso ser, buscando atacar sus piernas y giraste la espada para acertarle.
El monstruo se apartó e intentó destriparte con una de sus garras, pero era
demasiado lento para ti. Esquivaste sin problemas, utilizaste el impulso para
deslizarte y atacar con un barrido. Acertaste en el talón, pero contra ese
mastodonte no era más que un rasguño. Volviste a levantarte, espadazo tras
espadazo, girabas para acertarle y saltabas para esquivarle.
«Vuelvo a estar
casi cargado, aunque no del todo.»
Esa era mi
señal para empezar a lanzar hechizos. Pero yo ya los estaba preparando desde
antes.
«Ventisca de
hielo.»
El aire comenzó
a arremolinarse a tu alrededor y fue bajando su temperatura. Se formaban cristales
de hielo y, cuando estuvo lista la dirigí contra nuestro enemigo. La dureza del
hielo lo detuvo y congelé el pelaje de sus patas, no podía moverse y concentré
el ataque en el resto de su cuerpo. Se le clavaron varios cristales, derramaba
lágrimas de sangre por varias heridas. Tú aprovechaste el momento. Te apoyaste
en una de sus patas flexionadas para impulsarte. Desde arriba levantaste la espada
por encima de tu cabeza y, al caer, descendiste en punta sobre su cabeza. Sin
embargo, un segundo antes de ensartarle, se desprendió del hielo con un rugido
terrible y de un zarpazo te dejó en el suelo. Intentaste levantarte, pero
resbalaste en los restos de hielo. Mi propio hechizo se volvió contra ti. El
tanque ya estaba encima de ti, veía su saliva descender por su boca,
acariciando sus afilados dientes. ¿Cómo había cogido tanta velocidad?
Intentaste parar su golpe con la espada, mas te la lanzó demasiado lejos para
alcanzarla. Sentí tu impotencia y sus garras volvían a descender, tenía que
hacer algo. Acumulé gran cantidad de energía y recé para que funcionara lo que
pasaba por mi cabeza. Alcé tu mano hacia la cabeza del monstruo y disparé. El
estruendo llenó el lugar. Había funcionado, podía incluso notar tu asombro.
Conseguí traer una de mis pistolas a tu mundo. Volviste en ti y te apartaste
antes de que te aplastase el cuerpo inerte del Devorador. Después te quedaste
resoplando un rato en el suelo.
«¿Cómo lo has
hecho?»
«Utilizando la
misma idea por la que tú traspasas la magia a mi mundo.»
«Siempre
agradeceré tu gran astucia y rapidez mental.»
Noté una
sonrisa formarse en tu rostro y convertirse en carcajada. Yo te acompañé riendo
también.
Al rato, y
cuando ya nos calmamos, te levantaste dolorido y cansado, siempre lo dabas todo
en la batalla.
«Aura
sanadora.»
Recordé
pronunciar para curarnos, aproveché incluso para curar mi propio cuerpo al otro
lado.
«Gracias Leo.
Tú siempre tan atento. Debemos continuar.»
Y proseguimos
nuestro viaje hacia aquel sitio misterioso, profundizando aun más en el bosque.
Hacía rato que había anochecido y se oían los susurros de la noche. Me fijé en
como tus movimientos no se sumaban como
sonidos, eras tan grácil que no crujías rama alguna. Y me fascinaba como, con
tus ojos, podíamos ver mejor en la oscuridad. Estaba encantado con tu mundo.
«¿Cuándo me vas
a decir a dónde vamos?»
«Pronto, no
seas impaciente.»
«No me llevarás
a un sitio "tranquilo" para pasar los últimos momentos antes de que
los Devoradores destruyan mi mundo, ¿no?»
«Me conoces
demasiado bien.»
Comenzamos a reírnos del comentario, con la risa casi acompasada, era demasiado divertido
sentirnos mutuamente, se intensificaban las sensaciones. Si no fuese por el
peligro que corría mi mundo, ésto sería casi un paseo agradable. Pasaron varios
minutos en nuestro propio silencio hasta que volviste a pronunciarte.
«Estamos
llegando.»
Al fondo, entre
los árboles pude apreciar lo que parecía ser un antiguo edificio. Se oía el
sonido lejano de agua corriente. Y al acercarnos un poco más se mostró ante
nosotros una imagen maravillosa. Era una especie de templito de pisos
escalonados, hecho con bloques de piedra rojiza y adornado con hiedras doradas
que lo rodeaban. Pero lo más impresionante era que estaba en el centro de un
pequeño lago, sobre una isla a la que se accedía por un puentecito de piedra
esculpida. Además, de la cima del templo caían unas cascadas por cada una de
las cuatro caras, una de ellas separada en dos por un tejado a dos aguas que
guardaba la entrada.
«¡Es
impresionante!»
«Por supuesto,
a ver si te crees que te voy a llevar a sitios feos. Vamos dentro y te explico
lo que he... hemos venido a hacer.»
Entraste por el
arco de entrada y comenzaste a descender las escaleras hacia el interior del
templo. El pasadizo estaba iluminado por lucecitas flotantes. Me encantaba el
mundo mágico.
Llegamos hasta
el final de los escalones y empecé a extrañarme de que no hubiese nadie cuando
el filo de una lanza nos cortó el paso.
- No podéis pasar al Templo del Cristal.- Dijo el guardia con tono amenazante.
«Duérmele con
un hechizo, no quiero hacerle daño.»
«Vale. Sueño.»
Pero no hizo
nada, el guardia siguió en su puesto. Entonces me fijé en la diadema que
llevaba en la cabeza, con una perla roja enorme, a juego con su armadura dorada
y carmesí.
«Es un bloqueador
de magia por lo que tendremos que actuar al modo directo.»
Desenvainaste
la espada en menos de un segundo y lanzaste una estocada directa a uno de los
pliegues del guardia. Éste fue a defenderse con su lanza pero, de repente, tú
giraste de forma inesperada, le rodeaste y le asestaste un golpe en el cuello con
el mango de la espada. Cayó desplomado creando un estruendo metálico en la
sala.
«No podemos
perder tiempo.»
Dejando el
cuerpo inconsciente del guardia en el suelo corriste hasta el centro de la
sala, donde se hallaba un inmenso cristal flotante que brillaba por sí mismo. El
suelo estaba adornado por runas de distintos colores. Era un lugar muy místico.
«Éste cristal
mantiene las grietas estables, permite el traspaso de energía y la materia de
un mundo a otro. Si nosotros, que albergamos una grieta dentro, lo tocamos
podemos hacer de conductores. Eso crearía una sobreexcitación de energía que
desactivaría la mayoría de las grietas y evitaría el paso de los Devoradores.»
«Pero... eso
también crearía una sobrecarga de energía en tu cuerpo.»
Entonces sentí
unas lágrimas recorrer tu rostro y lo entendí todo. No me explicaste el plan
porque sabías lo que iba a pasar, eres de esas personas que se sacrificaría si
hiciese falta.
«No. Tiene que
haber otra solución, no voy a permitir que hagas eso.»
«¿Hacer el qué?
¿Salvar tu mundo? ¿Salvarte a ti? Está decidido, es lo que debo hacer.»
«Pensaremos
algo, Noel. No tienes por qué sacrificarte.»
Y tu silencio
me hirió más que nada, sentir tus lágrimas agolpadas en tus ojos, sentir las
mías nacientes. Me era imposible imaginarme una vida en la que no estuvieras,
eras parte de mí.
«Lo siento Leo.
Siento no habértelo dicho antes, no quería hacerte daño. Eres demasiado
importante para mí como para no salvarte.»
Pero debido a
la tristeza no supe qué contestar. Habías decidido sacrificarte y no conseguía
asimilarlo. Tú eras la calma de mis días malos, la voz de mi conciencia, el abrazo
con el que borrar mis lágrimas y, sobre todo, la causa de mi sonrisa. Nunca nos habíamos tocado, ni si quiera nos habíamos visto directamente, salvo en
reflejos cuando entrábamos en el cuerpo del otro. Y aun así, con todo lo que
habíamos sentido, todo lo que habíamos vivido, teníamos un vínculo muy intenso.
Yo sabía que te amaba, que mi sueño era encontrarte, vivir junto a ti toda mi
vida, simplemente abrazarte y ser feliz juntos.
«Sé lo que
estás pensando. Yo también desearía abrazarte, tenerte entre mis brazos. Pero
prefiero morir y que tú puedas ser feliz, encontrar otra persona importante. Te
debo mucho y no me permitiría verte sufrir.»
«Yo también te
debo demasiado. No es lógico que para que yo no sufra, seas tú el que lo haga.»
«Consiguiendo
que vivas y seas feliz es la única forma de que yo no sufra.»
Y sin dejarme
un segundo para contestar te acercaste al cristal. Intenté detenerte, pero
habías bloqueado la posesión. Ibas a hacerlo, no había vuelta atrás. Y lo
tocaste. Tocaste el cristal sin miramientos y borraste tu dolor antes de que
pudiera sentirlo. Noté el aumento de energía, sabía que te dolía, y absorto en
mi frustración el mundo se volvió negro.
Abrí los ojos y
ahí estabas. Tú. Físicamente con tus rizos azabache. Tú con tus ojos negros y
esa sonrisa que creaba mareas. Y me abrazaste, me rodeaste con tus brazos con
ternura, tan fuerte y agradable que no podía creerlo. Alojé mi cabeza en tu
pecho y te devolví el abrazo. No era un sueño, pero tampoco era real. Al notar
tu llanto me di cuenta de que estábamos en alguna parte dentro de mí, el hueco
de la grieta.
- He conseguido
unos minutos de despedida.- Susurraste al tiempo que se te rompía la voz. A mí
se me rompía el alma.
Yo te abracé
más fuerte, quería que éste momento fuese eterno, y por querer, quería que mis
lágrimas callaran, poder mostrarte mi mejor sonrisa antes de que te fueras.
- No me dejes.
Sin ti la vida es frágil, puede romperse en cualquier momento. Eres el sol que
me da calor, el latir frenético de mi pecho.
- Mi grandioso Leonel,
eres un chico atento y perspicaz, con un ingenio maravilloso. Eres la luna que
brilla en la noche, todo corazón, la brisa fresca en un golpe de calor.
Y aún con
lágrimas en los ojos decidí besarte, posar mis labios sobre los tuyos y
fundirnos, de nuevo, en uno solo. Era mi primer beso, dulce y apasionado. Pero,
mientras ocurría, tú fuiste desapareciendo, desaciéndote en lucecitas blancas.
Dejé de sentir tus labios y lo último que vi fue tu mirada serena, tus alegres
ojos negros. Esbocé por fin el intento de mi mejor sonrisa, y eso te alegró aún
más, tus ojos brillaron más intensamente.
Volví a
despertar, ésta vez realmente y en mi cuerpo. En mi rostro había aún un pequeño
rastro de una sonrisa triste y los suspiros llenaban mi pecho. Estaba en mi
cama, alguien debió de llevarme en el fragor de la batalla. Me acerqué a mi
espejo, ahí estaba yo sintiéndome vacío, pero algo era distinto. Mis ojos, no
eran castaños como siempre. Eran negros, negro puro como los tuyos, negro puro
para poder usar la magia.
- Brisa.
Una corriente
de aire recorrió mi cuerpo y se arremolinó por mi habitación.
Comencé a
llorar, no solo te marchabas para que yo viviera, me dejabas como legado el
mejor regalo del mundo. ¡Muchas gracias Noel! Por existir, por hacerme la vida
más llevadera y por cuidar de mí incluso al irte. Te querré siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario