El amor que da la vida
Agua era una chica hermosa. De tez
pálida y cabellos sedosos. Con una mirada tan intensa y serena como
el mismísimo Cielo. Su sonrisa era tan encantadora que no existía
hombre que no le amara. Conseguía incluso ocultar la belleza de la
reina Sol y de la princesa Luna, daba igual lo mucho que intentasen
brillar. Siempre portaba un elegante vestido blanco que resaltaba
todo su cuerpo y dibujaba cada una de sus curvas.
Viento, el apuesto príncipe hijo de
Sol y Cielo, también había quedado prendado por ella y no dudo un
segundo en intentar cortejarla. Se acercó a ella un día y le
susurró palabras dulces al oído. Le agarró de una mano y la hizo
girar sobre sí misma. Hizo ondear cada hilo de su vestido y recorrió
con sus dedos todo su cabello. Agua giraba y bailaba entre la brisa, se
reía y se sonrojaba. Una mirada bastó para saber que se amaban. Y
danzaron y flotaron, unidos como si fueran uno. Eran tan felices que
desearon que el tiempo se parara, que no hubiera un mañana. Así,
todos los días bailaban y cuanto más tiempo pasaba, más se amaban.
Mas Viento era un ser inagotable de libertad, necesitaba viajar,
conocer más allá de donde alcanzaba la vista. Se llevó a Agua
consigo. “Observa esto, mira aquello”. Viento no paraba y a cada
paso que daban más se fijaba en otra cosa y menos interés tenía en
Agua. “Amor mío, ¿por qué no descansamos? Bailemos como antaño”.
La pobre Agua no era escuchada.
La tristeza comenzó a inundarla, no
sabía cuanto más podría aguantar. Pasaban los días y cada vez se
sentía más olvidada. De esta forma fue como su tristeza se
convirtió en su primera lágrima, en un llanto desconsolado. Su
vestido blanco, al empaparse de sus lágrimas, se volvió gris y
apagado. Y las gotas descendieron, más y más abajo. Tan abajo
llegaron que la piel de Tierra tocaron. Tierra era un hombre sencillo
y, aunque aparentaba ser duro, tenía un corazón cálido y amable.
Miró hacia arriba y vio a la triste Agua en su desdicha. Ella sin
saberlo también caía con sus lágrimas y Tierra consiguió cogerla
para salvarla. “¿Por qué lloras?” Preguntó con delicadeza.
“Porque mi corazón se ha quebrado en mil pedazos”. Tierra se
apiadó tanto de ella en aquel momento que no pudo más que rodearla
con sus fuertes brazos en un tierno abrazo. “No llores más por
quien dice amarte y no busca tu mirada”. Ella por un instante
consiguió mirarle a los ojos fijamente. “Eres un amor”. Pudo
pronunciar antes de perderse en su mirada. Sintió como su corazón
parecía pararse para comenzar de nuevo con un ritmo revoloteante.
Sin recordar como había pasado sus labios se rozaron y su aliento
les obligó a terminar el beso. La pasión correteó por su interior
y, cayendo al suelo, terminaron rodando el uno sobre el otro. Risas
ensordecedoras a cada giro, besos alocados si paraban. No solo eran
uno, con sus latidos al unísono, sino que sus cuerpos parecían
fusionados. Ella se recostó sobre él, esparciendo sus cabellos como
océanos y recorriendo su cuerpo como ríos. Por fin era feliz
sintiendo el cálido corazón de Tierra bajo su pecho, se sentía en
paz y llena de dicha. Tierra por su parte, que en secreto siempre la
había amado, creía soñar con los ojos abiertos. “No te sueltes
de mis brazos”. Y al secarse el vestido de Agua, por la falta de
las lágrimas, se había convertido en un intenso vestido azul, con
el que arropó a Tierra todo lo que pudo.
Viento, lleno de ira y odio, intentó
separarlos por todos los medios, más con cada movimiento solo
consiguió que los dos se viesen más hermosos juntos. Aun así
decidió no cesar en su lucha. Es por ello que revuelve el cabello de
Tierra en forma de hojas, que hace que las olas agrieten las piedras
o que intenta arrancar la piel a los desiertos. Incluso a veces
deshace en pétalos de colores las flores que nacen de esta bella
unión entre la hermosa Agua y el cálido Tierra, la bella unión que
formó el amor que da la vida.
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