El ángel de la
muere
Un escalofrío recorre mi cuerpo y abro los ojos. Otra me he quedado
dormida en clase. Sin embargo, algo hay en el ambiente que no lo
siento como siempre. Todo está en silencio y voy posando mi mirada
en toda persona que hay a mi alrededor. ¿Por qué están tan
quietos? Ni si quiera la profesora se mueve.
Solo un rostro se gira para mirarme, pero algo en él ha cambiado.
Ese cabello desgreñado, esa mirada de chico inteligente y esos
labios desgastados solo pueden pertenecerle a él. Ese chico que no
sale de mi mente solo puede ser Mario. He oído que hoy era su
cumpleaños, más pronunciar palabra alguna en su presencia no he
podido. Y ahora que por fin me mira su rostro es melancólico.
Descubro que es lo que no encajaba, va vestido con un elegante traje
negro y yo juraría que antes no lo llevaba puesto.
De repente siento una mano en el hombro y me sobresalto. Cuando me
giro a mirar mi asombro es mayor. Otro chico de mi clase me sonríe
con ternura mientras me mira con tristeza. Es Dani, el amigo de
Mario, pero este vestido todo de blanco. Cada vez entiendo menos. Me
quedo pensativa y me doy cuenta de que lo estoy viendo todo desde una
perspectiva a mayor altura de la normal. Es entonces cuando el miedo
recorre cada punto de mi ser y decido mirar hacia abajo. Me da un
vuelco al corazón. Lo que aquí observo es la más horrible de las
imágenes. Sobre la mesa yace mi cuerpo, tendido sin aliento. Las
lágrimas intentan brotar de golpe y comienzan a deslizarse por mi
rostro. Esto no puede estar pasando.
Mario se me acerca despacio y me tiende la mano.
-Ve -oigo susurrar sobre mi oído-. Él cuidará de ti ahora.
Y estas palabras, aunque me entristecen, rasgan una leve sonrisa en
mi boca. Aun estando muerta, la presencia de Mario me pone nerviosa.
De este modo solo consigo verme como una idiota cuando le estrecho la
mano.
Me siento en paz, su tacto me reconforta y solo consigo sonreír,
porque aun habiendo vivido vacía, ahora me marcho plena.
-No tengas miedo, voy a permanecer a tu lado en todo momento -su
voz sonaba casi melodiosa.
Me dejo guiar por él mientras me sonríe. ¿Alguna vez se habrá
dado cuenta de lo que siento? No lo creo.
Sin darme cuenta me acerca a la intensa luz que brota al final de la
estancia. Tentáculos luminosos y ondulaciones doradas que intentan
abarcarlo todo. ¡Es tan hermosa!
Dejo que la luz me cubra, que me envuelva su abrazo. No paro de
llorar mientras sonrío. Ahora que estoy tan cerca de él y es mi
último momento.
-Lo siento -le resbalaban las palabras.
-No sientas lo pasado, alegrate del presente. Vive como quieras
vivir y actúa cuando lo creas necesario. Y si deseas algo hazlo, de
nada vale suspirar por lo que nunca tuviste el valor de realizar –
terminé quebrando mi voz-. Pues yo me marcho suspirando, cobarde
como siempre. Nunca dije lo que siento y me voy con ello dentro.
-Aun estás a tiempo.
Negué con la cabeza.
-Ya es tarde, no tiene sentido alguno. Pero lo que si espero es que
mi error te sirva como ejemplo.
Sonreí por última vez y me dejé envolver por completo por el manto
dorado de la luz eterna. Mas antes de partir descubrí una lágrima
surgir en su rostro, acariciándolo, para terminar desapareciendo
conmigo y con el tiempo.
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