Me gusta pararme a recordarte, sentir de nuevo tus dedos y
la forma en la que recorren mi cuerpo. Me gusta saborear cada recuerdo, pensar
que sigues con tu abrazo, cuando todo yo es tuyo. Y me gusta admirarte, dejarte
pasar hasta la cocina. Me gusta tu olor sobre el mío, tus susurros desde la aún
oscura mañana, dándole sabor al día, intentando apoderarte de mi boca con
amargos mordiscos, finalizando con todo lo dulce que pueden ser los besos, tus
besos. Y me desgarras, a mí y al frío de mi garganta, llenándome por completo
de calor con tu aliento, haciéndome estremecer. Tú, yo y el mundo entero. Y es
entonces, y solo entonces, cuando alargas sin miedo tus ocho brazos,
deslizándote hasta el punto más olvidado de mi cuerpo. Tu tela me atrapa,
anudado de coraje, erizando el vello de brazos, piernas y pecho. Aclaras mi
mente mientras mi sangre se envenena, tornándose oscura y plena. Curas mi
lamento, el de hoy y el de los días venideros. Me agitas, tus dientes
fragmentándome, cada mordedura un nuevo respiro, mis nervios enturbiados,
acompasando mis latidos. Y me deshago, ahora, en el recuerdo y siempre, con un
grito, a veces dos o tres o incluso en silencio, como aquel que es salvado de
una caída al abismo. Pero es que, aun así, yo caigo y sigo cayendo. Tu mano siempre
sujetando mi tiempo, haciéndome ascender para acariciar el cielo.
Contengo mis lágrimas, ardientes como el hielo. Sé que es un
amor prohibido, que me atrapas como ninguno, pero necesito tu calor, la forma
en la que sonrío. Porque ahogas, pero en el buen sentido, si es que existe
algún buen sentido para todo esto. Eliminas el malestar y me llevas al olvido,
a poder estar despierto hoy y mañana, pero contigo. Si mis párpados caen… no
puedo ni imaginar cuán grande sería el desastre. Mi mente liberada, el caos en
su estado físico, atormentando todo lo que me es querido. Sin ti soy puro fuego
y rabia, sin ti se evaporan las lágrimas que sustentan el templo de mi calma.
Por eso te elijo cada mañana, por eso más que gato, arañas, acariciando mi piel
por completo, como si no hubiera un mañana. Y quizá no lo haya, pero por si lo
hay, te volveré a elegir café, mi araña, que con tus telas me sostienes en este
escenario. Te quiero recordar como más me gusta: caliente y dulce cuando
amargo, en mi taza favorita, siempre cercano.