viernes, 4 de octubre de 2019

Dulce cuando amargo

Me gusta pararme a recordarte, sentir de nuevo tus dedos y la forma en la que recorren mi cuerpo. Me gusta saborear cada recuerdo, pensar que sigues con tu abrazo, cuando todo yo es tuyo. Y me gusta admirarte, dejarte pasar hasta la cocina. Me gusta tu olor sobre el mío, tus susurros desde la aún oscura mañana, dándole sabor al día, intentando apoderarte de mi boca con amargos mordiscos, finalizando con todo lo dulce que pueden ser los besos, tus besos. Y me desgarras, a mí y al frío de mi garganta, llenándome por completo de calor con tu aliento, haciéndome estremecer. Tú, yo y el mundo entero. Y es entonces, y solo entonces, cuando alargas sin miedo tus ocho brazos, deslizándote hasta el punto más olvidado de mi cuerpo. Tu tela me atrapa, anudado de coraje, erizando el vello de brazos, piernas y pecho. Aclaras mi mente mientras mi sangre se envenena, tornándose oscura y plena. Curas mi lamento, el de hoy y el de los días venideros. Me agitas, tus dientes fragmentándome, cada mordedura un nuevo respiro, mis nervios enturbiados, acompasando mis latidos. Y me deshago, ahora, en el recuerdo y siempre, con un grito, a veces dos o tres o incluso en silencio, como aquel que es salvado de una caída al abismo. Pero es que, aun así, yo caigo y sigo cayendo. Tu mano siempre sujetando mi tiempo, haciéndome ascender para acariciar el cielo.
Contengo mis lágrimas, ardientes como el hielo. Sé que es un amor prohibido, que me atrapas como ninguno, pero necesito tu calor, la forma en la que sonrío. Porque ahogas, pero en el buen sentido, si es que existe algún buen sentido para todo esto. Eliminas el malestar y me llevas al olvido, a poder estar despierto hoy y mañana, pero contigo. Si mis párpados caen… no puedo ni imaginar cuán grande sería el desastre. Mi mente liberada, el caos en su estado físico, atormentando todo lo que me es querido. Sin ti soy puro fuego y rabia, sin ti se evaporan las lágrimas que sustentan el templo de mi calma. Por eso te elijo cada mañana, por eso más que gato, arañas, acariciando mi piel por completo, como si no hubiera un mañana. Y quizá no lo haya, pero por si lo hay, te volveré a elegir café, mi araña, que con tus telas me sostienes en este escenario. Te quiero recordar como más me gusta: caliente y dulce cuando amargo, en mi taza favorita, siempre cercano.